viernes, 9 de marzo de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA


El portátil desde el cual escribo este artículo, está en las últimas. Es bastante curioso, ya que no hace ni dos años desde que me lo compré. A pesar de que no le he dado el mejor trato del mundo, no deja de extrañarme que solo haya aguantado un año y medio. La verdad es que no me lo explico, como una casa tan prestigiosa como Sony haga unos portátiles tan frágiles y tan propensos a averiarse.

He estado dándole unas cuantas vueltas, hasta que he hallado una posible explicación más que convincente, además de breve: obsolescencia programada. En el mundo extremadamente consumista en el que vivimos, la obsolescencia programada les viene como anillo al dedo a empresarios y comerciantes.


Vivimos en una sociedad frenética, estresante, que no se detiene ni por un segundo. Lo mismo sucede con los avances tecnológicos. La tecnología avanza cada día, cada minuto, cada segundo. Yo, que tenía pensado comprarme el iPad2 para el año que viene, he visto como mi gozo cae en un pozo. Acaban de presentar el iPad3, cuando yo creía que su antecesor era la cúspide de la tecnología, y resulta que ya se ha quedado obsoleto. Y yo que todavía sigo jugando con mi Game Boy Color amarilla al Donkey Kong Country…

La obsolescencia programada es un fenómeno que apareció allá por la década de los 20, en plena ebullición del Charleston, cuando la gente vivía completamente feliz y a lo que dinero se refiere le daba igual ocho que ochenta. Los vendedores y fabricantes, muy linces ellos, aprovecharon la coyuntura de la época para instalar una pequeña trampa a sus productos: programaban sus productos para que, después de un determinado período de tiempo, se estropearan y los consumidores tuvieran que volver a las tiendas como pollos sin cabeza a comprar otro.

En unos años, hemos pasado de disfrutar de productos fiables y duraderos a comprar ordenadores frágiles, electrodomésticos muy poco resistentes y televisores que muy sospechosamente tienden a averiarse con frecuencia. Es lo que dicta la ley del consumismo, esa ley donde lo importante es gastar, comprar y consumir; cuanto mayor sea la frecuencia, mucho mejor. Eso sí, mucho mejor para los de siempre.

Mi reflexión, sin embargo, no acaba aquí. He seguido dándole vueltas a lo de la obsolescencia, y he topado un paralelismo más que interesante, a la vez que revelador. Curiosamente, los políticos programan su retórica y se llenan la boca de buenas intenciones mientras dura la campaña electoral. Una vez que pasa, su discurso se vuelve obsoleto, la maquinaria de buenas intenciones se estropea y no vuelve a funcionar hasta pasados cuatro años.

Eso sí, también hay una grandísima diferencia. Mientras que un televisor averiado va a la basura, un político obsoleto y ya retirado es recolocado en grandes empresas como Endesa, y muchas más de las cuales no me acuerdo y me da rabia recordar. Los electrodomésticos, a la basura; los políticos, a seguir chupando del bote. Como dice el comienzo de innumerables chistes, no es lo mismo...